La foto tiene fecha: 18 de julio del 2008. Hace menos de un mes que el equipo de Hugo Mattea iniciaba la pretemporada que culminaría en el campeonato y ascenso. Andrés Aimar llegaba asi para entrenar en Estudiantes. Cabeza baja, sin presentaciones pomposas, con los botines en la mano. Pasó por detrás mío, saludó con un buenas tardes y costó reconocerlo. Totalmente desapercibido. Esos gestos, que para algunos son parquedad y para otros no, siempre fueron los que me gustaron de él: volver en silencio.
En esa ocasión no se dio el regreso, pero era una imagen recurrente su presencia (festejó con los compañeros el título) y se deseaba que se quedara. "Qué podemos hacer para tenerlo" se preguntaba Mattea, cosa que recién se le pudo dar un año después.
Antes ya había regresado, cuando asomaba insipiente en las inferiores de River. Hace unos meses, un poco hastiado y cansado pidió gancho y se tomó un recreo. Hoy, quizás renovado y con más ganas vuelve a Estudiantes. Como el principio del eterno retorno y ese fin que vuelve a transformarse en principio. Ese mundo que se extingue para luego volver a crearse. Bienvenido Andrés.