La muerte de un ser querido es un dolor
irreparable. En ese instante de pesar también hay que tomar decisiones, algunas
de ellas inmediatas, y que tienen que ver con la morada final del fallecido.
En estos últimos años se volvió común que
las personas dejen manifiestamente aclarado que al morir desean ser cremados y
que depositen sus cenizas en un determinado lugar, seguramente muy especial y caro
a sus afectos.
Fernando Meynet, el Tío, era un
caracterizado hincha de Estudiantes, integrante de la mítica “Peña Celeste” (es
uno de los que aparece en el recitado final del tango de la peña). A su familia
les había comunicado el deseo de que al morir parte de sus cenizas fueran
dejadas en el estadio, donde había pasado una parte importante de su vida. Y así
fue que, cuando el Tío partió, repartió su recuerdo entre dos de sus amores, su
esposa y Estudiantes. Su familia el 20 de septiembre de 2003 dejó un poquito de
él frente a su platea en una emotiva ceremonia.
Esaltación Domínguez, el Negro, fue jugador
de fútbol, dirigente e hincha de Estudiantes. Una mañana se acercó al club, lo
buscó a Jorge Artundo y le dijo: “cuando me muera quiero que pongan mis cenizas
al lado de las del Tío Meynet. Vi tantos partidos al lado de él que es el mejor
lugar para estar”. Cuando falleció en el 2005, su hija no sabía de su deseo y
fue el propio Artundo quien se lo comunicó. Sonia, su hija, se sorprendió, pero
creyó justa su decisión. Cumpliendo con su voluntad nos reunimos una soleada
siesta de abril de 2005 en el estadio y ahí el Negro quedó para siempre junto a
su amigo Meynet.
Salvador Sisalli, el Pibe, gloria del fútbol
celeste, también quiso que sus cenizas descansaran en el estadio donde había
desarrollado su carrera como futbolista y al que concurría como hincha cada
partido. Previo al inicio de un clásico con el que arrancaba el Argentino B
2008/09, su familia en un muy sentido acto dejó en el césped su recuerdo, justo
sobre un lateral, su hábitat dentro de la cancha y donde ejecutaba sus
interminables piques.
A Meynet no lo conocí, pero si a su hija
que fue quien me narró la historia de su padre. A Domínguez si, visité su casa,
y tuve la fortuna de que me considerara su amigo. De Sisalli me nutrí con sus
miles de anécdotas y fue una fuente de conocimientos sobre la historia del club.
Los tres, el Tío, el Negro y el Pibe,
amaron a Estudiantes de una manera singular, al punto de no querer abandonarlo
nunca y estar en la cancha toda la eternidad.