domingo, 6 de mayo de 2012

Historias del Centenario: “Hinchas Eternos”


La muerte de un ser querido es un dolor irreparable. En ese instante de pesar también hay que tomar decisiones, algunas de ellas inmediatas, y que tienen que ver con la morada final del fallecido.
En estos últimos años se volvió común que las personas dejen manifiestamente aclarado que al morir desean ser cremados y que depositen sus cenizas en un determinado lugar, seguramente muy especial y caro a sus afectos.
Fernando Meynet, el Tío, era un caracterizado hincha de Estudiantes, integrante de la mítica “Peña Celeste” (es uno de los que aparece en el recitado final del tango de la peña). A su familia les había comunicado el deseo de que al morir parte de sus cenizas fueran dejadas en el estadio, donde había pasado una parte importante de su vida. Y así fue que, cuando el Tío partió, repartió su recuerdo entre dos de sus amores, su esposa y Estudiantes. Su familia el 20 de septiembre de 2003 dejó un poquito de él frente a su platea en una emotiva ceremonia.
Esaltación Domínguez, el Negro, fue jugador de fútbol, dirigente e hincha de Estudiantes. Una mañana se acercó al club, lo buscó a Jorge Artundo y le dijo: “cuando me muera quiero que pongan mis cenizas al lado de las del Tío Meynet. Vi tantos partidos al lado de él que es el mejor lugar para estar”. Cuando falleció en el 2005, su hija no sabía de su deseo y fue el propio Artundo quien se lo comunicó. Sonia, su hija, se sorprendió, pero creyó justa su decisión. Cumpliendo con su voluntad nos reunimos una soleada siesta de abril de 2005 en el estadio y ahí el Negro quedó para siempre junto a su amigo Meynet.
Salvador Sisalli, el Pibe, gloria del fútbol celeste, también quiso que sus cenizas descansaran en el estadio donde había desarrollado su carrera como futbolista y al que concurría como hincha cada partido. Previo al inicio de un clásico con el que arrancaba el Argentino B 2008/09, su familia en un muy sentido acto dejó en el césped su recuerdo, justo sobre un lateral, su hábitat dentro de la cancha y donde ejecutaba sus interminables piques.
A Meynet no lo conocí, pero si a su hija que fue quien me narró la historia de su padre. A Domínguez si, visité su casa, y tuve la fortuna de que me considerara su amigo. De Sisalli me nutrí con sus miles de anécdotas y fue una fuente de conocimientos sobre la historia del club.
Los tres, el Tío, el Negro y el Pibe, amaron a Estudiantes de una manera singular, al punto de no querer abandonarlo nunca y estar en la cancha toda la eternidad.